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El verdadero amor de pareja

Publicación:  jueves 24 febrero 2022   |  Escuchar Audio  Escuchar Audio |  Enviar a un amigo Enviar a un amigo



Él, respondiendo, les dijo:
—¿No habéis leído que el que los hizo al principio, “hombre y mujer los hizo”, y dijo:“Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne”? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó no lo separe el hombre.
Mateo 19:4-6


Reflexión

Un famoso maestro se encontró frente a un grupo de jóvenes que estaban en contra del matrimonio.

Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación cuando este se apaga en lugar de entrar a la hueca monotonía del matrimonio.

El maestro les dijo que respetaba su opinión, pero les relató lo siguiente:

"Mis padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi mamá bajaba las escaleras para prepararle a papá el desayuno y sufrió un infarto. Cayó. Mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la subió a la camioneta. A toda velocidad, sin respetar las señales de alto, condujo hasta el hospital. Cuando llegó, mi madre ya había fallecido.

Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida. Casi no lloró. Esa noche sus hijos nos reunimos con él. En un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas anécdotas.

El pidió a mi hermano teólogo que le dijera, donde estaría mamá en ese momento. Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte, conjeturó cómo y dónde estaría ella. Mi padre escuchaba con gran atención.

De pronto pidió: "llévenme al cementerio". "Papá" respondimos. “¡Son las 11 de la noche! ¡No podemos ir al cementerio ahora!" Alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo: "No discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa durante 55 años".

Se produjo un momento de respetuoso silencio. No discutimos más.

Fuimos al cementerio, pedimos permiso al velador y con una linterna llegamos a la lápida. Mi padre la acarició, lloró y se dirigió a los que estábamos viendo la escena conmovidos: "Fueron 55 buenos años… ¿saben? Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer así".

Hizo una pausa y se limpió la cara. "Ella y yo estuvimos juntos en aquella crisis, cuando hubo que cambiar de empleo", continuó, "Hicimos el equipaje cuando vendimos la casa y nos mudamos de ciudad. Compartimos la alegría de ver a nuestros hijos terminar sus carreras, lloramos uno al lado del otro la partida de seres queridos, oramos juntos en la sala de espera de algunos hospitales, nos apoyamos en el dolor, nos abrazamos en cada Navidad y perdonamos nuestros errores...”

Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado de lágrimas. Lo abrazamos y él nos consoló: "Todo está bien hijos, podemos irnos a casa; ha sido un buen día, su madre está en buenas manos".

Esa noche entendí lo que es el verdadero amor, dista mucho del romanticismo y del erotismo, más bien se vincula al trabajo y al cuidado que se profesan dos personas realmente comprometidas la una con la otra.

Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron debatirle, la razón era evidente, ese tipo de amor era algo que no conocían.

Mis queridos hermanos y amigos, el amor entre esposos creyentes va más allá del amor “normal” que nuestra sociedad nos enseña. El amor bíblico es más una decisión que una emoción o sentimiento, es un amor que busca el bienestar de nuestro cónyuge antes que el nuestro. Las parejas que perduran en el amor son aquellas que han hecho su misión de vida el hacer feliz a su ser amado y sin duda, son aquellos que se convierten en socios de un hermoso proyecto llamado familia.

Que Dios te bendiga