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Eclesiastés 7:14

En el día del bien goza del bien, y en el día de la adversidad, reflexiona. Dios hizo tanto...

REFLEXIÓN

En cierta ocasión, el amo de una viña grande mandó a uno de sus mejores criados a realizar...

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¿Porqué tuvo que pasarme a mí?

Publicación:  jueves 21 octubre 2021   |  Escuchar Audio  Escuchar Audio |  Enviar a un amigo Enviar a un amigo



Yo les traeré sanidad y medicina; los curaré y les revelaré abundancia de paz y de verdad. Jeremías 33:6


Reflexión

La tropa avanzaba paso a paso. La selva estaba espesa y húmeda, el suelo, lleno de barro y el peligro acechaba en cada metro del sendero. En eso Lewis B. Puller, teniente del ejército estadounidense que peleaba en Vietnam, pisó una trampa explosiva. Para todo soldado que hablaba inglés ese tipo de trampa tenía un nombre, era literalmente una “trampa caza-bobos”. La explosión no lo mató, pero le mutiló las dos piernas y parte de las manos.

Librado de la muerte, Lewie Puller regresó a su país, estudió derecho a fin de convertirse en abogado, se casó y tuvo hijos y hasta escribió un libro titulado “Hijo Afortunado” que le ganó un premio literario. Pero su vida nunca dejó de arrastrar el dolor de la guerra. Un día, no aguantando más su pena, se suicidó. La revista Time publicó su obituario y le puso por título: “La herida que nunca sanó”

Las guerras de este mundo siguen cobrando sus víctimas, aún después de pasados muchos años. El Teniente Puller, hijo del General Puller, el hombre más condecorado de la marina estadounidense, parecía ser un triunfador. Él se sobrepuso a la pérdida de sus piernas, vivió veintiséis años con su esposa y escribió con éxito su autobiografía, pero la psicosis de la guerra lo tenía marcado.

Puller se sumergió en el alcohol. Eso provocó problemas en su matrimonio, acelerando la separación de su esposa. La herida psicológica de Vietnam, que nunca sanó, terminó destruyéndolo.

Hay heridas del alma que son peores que las del cuerpo. Muchos hombres lisiados de gravedad han podido sobrevivir, recuperarse y hasta ser felices. Pero Puller cayó víctima de otra herida. Allá en el fondo de su alma hubo siempre una úlcera, una llaga abierta que continuamente preguntaba: ¿Por qué tuvo que pasarme a mí? Buscó alivio en el alcohol, pero éste también es una “trampa caza-bobos” tan destructiva como aquella otra que le mutiló las piernas en plena selva.

Mis queridos hermanos y amigos, nos gustaría poder dar a conocer otros detalles agradables respecto a este hombre y darle a su biografía un final feliz. Pero la realidad suele a veces ser cruel. No hay consuelo en el alcohol, no hay salvación en las drogas, tampoco hay fuerza vital verdadera en la erudición ni en la literatura. Lo único que puede sanar las heridas del alma es una experiencia espiritual. Hacer reclamos a Dios sobre porqué nos suceden eventos dolorosos podría tener como respuesta “¿y porqué no?” u otra respuesta “¿porqué a los demás sí y a ti no?

Jesucristo es quien consuela a los afligidos, levanta a los caídos, anima a los deprimidos y libera a los cautivos. Sólo Cristo salva, restaura, redime y transforma. Él hoy nos dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga”. Esta es una invitación que conviene aceptar.

Que Dios te bendiga