Lectura de hoy
El joven y el paracaĆdas
Deuteronomio 31:8
Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará ni te desamparará. No temas...
REFLEXIÓN
Un joven turista se encontraba en las playas de Cancún y era la primera vez que subiría...
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Estudio Bíblico de la semana
A.03.- El Jesús histórico
Este estudio demuestra con claridad que Jesús es el Mesías esperado y el Hijo de Dios. Se citan las profecías más conocidas del Antiguo Testamento cumplidas en Jesús 400 o más años después. ... |
La sopa de piedras
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En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir".
Hechos 20:35
Reflexión
Hace muchos años, y después de que había acabado una guerra, un determinado país había terminado en muy malas condiciones. Como ya es sabido las guerras traen consigo rencores, envidias, muchos problemas, muchos muertos y mucha hambre. La gente no puede sembrar, ni segar y no hay harina ni pan.
En ese tiempo llegó a un pueblecito un soldado agotado, harapiento y muerto de hambre. Era muy alto y delgado. Hambriento llegó a una casa, llamó a la puerta y cuando vio a la dueña le dijo:
-Señora, ¿No tenéis un pedazo de pan para un soldado que viene muerto de hambre de la guerra?
Y la mujer le mira de arriba a abajo y responde:
-Pero, ¿Estás loco? ¿No sabes que no hay pan, que no tenemos nada? ¡Cómo te atreves!
Y a golpes y a patadas lo sacó fuera de la casa.
Pobre soldado. Prueba fortuna en una y otra casa, haciendo la misma petición y recibiendo a cambio peor respuesta y peor trato.
El soldado casi desfallecido, no se dio por vencido. Cruzó el pueblo de cabo a rabo y llegó al final, donde estaba el lavadero público. Halló unas cuantas muchachas y les dijo:
-¡Muchachas! ¿No habéis probado nunca la sopa de piedras que hago?
Las muchachas se mofaron de él diciendo:
-¿Una sopa de piedras? No hay duda de que estás loco.
Pero había unos niños que estaban espiando y se acercaron al soldado cuando éste se marchaba decepcionado.
-Soldado, ¿te podemos ayudar? Le dijeron.
-¡Claro que sí! Necesito una olla muy grande, un puñado de piedras, agua y leña para hacer el fuego.
Rápidamente los chiquillos fueron a buscar lo que el soldado había pedido. Encendieron el fuego, pusieron la ola, la llenaron de agua, lavaron muy bien las piedras y las echaron hasta que el agua comenzó a hervir.
-"¿Podemos probar la sopa?" preguntaron impacientes los chiquillos.
-¡Calma, calma!.
El soldado la probó y dijo:
-Mm... ¡Qué buena, pero le falta una pizquita de sal!
-En mi casa tengo sal -dijo un niño. Y salió por ella. La trajo y el soldado la echó en la olla.
Al poco tiempo volvió a probar la sopa y dijo:
-Mm... ¡qué rica! Pero le falta un poco de tomate.
Y un niño que se llamaba Luis fue a su casa a buscar unos tomates y los trajo enseguida.
En un periquete los niños fueron trayendo cosillas: patatas, lechuga, arroz y hasta un trozo de pollo.
La olla se llenó, el soldado removió una y otra vez la sopa hasta que de nuevo la probó y dijo:
-Mm... es la mejor sopa de piedras que he hecho en toda mi vida. ¡Vengan, vengan, avisen a toda la gente del pueblo que venga a comer! ¡Hay para todos! ¡Que traigan platos y cucharas!
El soldado repartió la sopa. Hubo para todos los del pueblo que avergonzados reconocieron que, si bien era verdad que no tenían pan, juntos podían tener comida para todos.
Y desde aquel día, gracias al soldado hambriento, aprendieron a compartir lo que tenían.
Mis queridos hermanos y amigos, qué gran lección para nosotros. Compartamos lo que el Señor nos ha dado, al fin y al cabo, todo es de Él, nosotros solamente administramos sus bienes. Hagámoslo entonces como Él lo haría.
Que Dios te bendiga
En ese tiempo llegó a un pueblecito un soldado agotado, harapiento y muerto de hambre. Era muy alto y delgado. Hambriento llegó a una casa, llamó a la puerta y cuando vio a la dueña le dijo:
-Señora, ¿No tenéis un pedazo de pan para un soldado que viene muerto de hambre de la guerra?
Y la mujer le mira de arriba a abajo y responde:
-Pero, ¿Estás loco? ¿No sabes que no hay pan, que no tenemos nada? ¡Cómo te atreves!
Y a golpes y a patadas lo sacó fuera de la casa.
Pobre soldado. Prueba fortuna en una y otra casa, haciendo la misma petición y recibiendo a cambio peor respuesta y peor trato.
El soldado casi desfallecido, no se dio por vencido. Cruzó el pueblo de cabo a rabo y llegó al final, donde estaba el lavadero público. Halló unas cuantas muchachas y les dijo:
-¡Muchachas! ¿No habéis probado nunca la sopa de piedras que hago?
Las muchachas se mofaron de él diciendo:
-¿Una sopa de piedras? No hay duda de que estás loco.
Pero había unos niños que estaban espiando y se acercaron al soldado cuando éste se marchaba decepcionado.
-Soldado, ¿te podemos ayudar? Le dijeron.
-¡Claro que sí! Necesito una olla muy grande, un puñado de piedras, agua y leña para hacer el fuego.
Rápidamente los chiquillos fueron a buscar lo que el soldado había pedido. Encendieron el fuego, pusieron la ola, la llenaron de agua, lavaron muy bien las piedras y las echaron hasta que el agua comenzó a hervir.
-"¿Podemos probar la sopa?" preguntaron impacientes los chiquillos.
-¡Calma, calma!.
El soldado la probó y dijo:
-Mm... ¡Qué buena, pero le falta una pizquita de sal!
-En mi casa tengo sal -dijo un niño. Y salió por ella. La trajo y el soldado la echó en la olla.
Al poco tiempo volvió a probar la sopa y dijo:
-Mm... ¡qué rica! Pero le falta un poco de tomate.
Y un niño que se llamaba Luis fue a su casa a buscar unos tomates y los trajo enseguida.
En un periquete los niños fueron trayendo cosillas: patatas, lechuga, arroz y hasta un trozo de pollo.
La olla se llenó, el soldado removió una y otra vez la sopa hasta que de nuevo la probó y dijo:
-Mm... es la mejor sopa de piedras que he hecho en toda mi vida. ¡Vengan, vengan, avisen a toda la gente del pueblo que venga a comer! ¡Hay para todos! ¡Que traigan platos y cucharas!
El soldado repartió la sopa. Hubo para todos los del pueblo que avergonzados reconocieron que, si bien era verdad que no tenían pan, juntos podían tener comida para todos.
Y desde aquel día, gracias al soldado hambriento, aprendieron a compartir lo que tenían.
Mis queridos hermanos y amigos, qué gran lección para nosotros. Compartamos lo que el Señor nos ha dado, al fin y al cabo, todo es de Él, nosotros solamente administramos sus bienes. Hagámoslo entonces como Él lo haría.
Que Dios te bendiga