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El ciego, los enfermos y el paredón

Publicación:  miĆ©rcoles 12 enero 2022   |  Escuchar Audio  Escuchar Audio |  Enviar a un amigo Enviar a un amigo



No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan, porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Mateo 6:19-21


Reflexión

Dos hombres, gravemente enfermos, compartían el mismo cuarto en un hospital. A uno de ellos lo hacían sentar una hora por día recostado en su respaldo para favorecer un drenaje. Su cama daba a la única ventana del cuarto. La cama del otro, en el otro extremo, quedaba al margen de toda posibilidad de ver hacia afuera.

Los enfermos, tanto como podían, pasaban horas conversando desde sus camas, evocando sus familias, sus trabajos, sus amigos, sus viajes. Cuando sentaban al enfermo de la ventana en su cama, éste pasaba su hora de tratamiento describiendo a su compañero lo que veía al exterior. Había un hermoso bosque en donde frecuentemente se veían  animales. Un lago en donde los cisnes nadaban y los niños entusiasmados hacían navegar sus barquitos a vela. Un césped y un jardín en donde se diría que las flores habían sido coloreadas por el arco iris.

El enfermo del otro extremo del cuarto, desde hacía días había comenzado a vivir de nuevo a través de las animadas escenas descritas por su amigo de la ventana. Este le contaba que los jóvenes enamorados caminaban unidos por el brazo. Más lejos dos esposos se divertían con sus niños haciendo volar un barrilete. Y ahora, cosa inesperada, una banda de músicos uniformados con vivos colores pasaba a lo largo del lago atrayendo los paseantes. Claro que la ventana cerrada impedía a los enfermos oir la música. Lástima, pero evidentemente y a juzgar por el entusiasmo de la gente descrito por el relator, debían tocar muy bien. Mientras el hombre de la ventana describía las imágenes que desfilaban ante sus ojos, el otro cerraba los suyos e imaginaba las pintorescas escenas. Los días y las semanas pasaban y cada día el hombre del fondo del cuarto esperaba con cierta ilusión las descripciones de su amigo.

Una mañana, la enfermera llegó para lavar a los pacientes y encontró con tristeza el cuerpo sin vida del enfermo de la ventana, que se había ido apaciblemente durante el sueño. Inmediatamente llamó a los dependientes del hospital para que retiraran el cuerpo.

En el acto el otro enfermo, no sin tristeza, pidió a la enfermera si podía desplazarlo al lugar de la ventana. Esperaba ver con sus propios ojos las coloridas imágenes que durante tantos días su amigo le había transmitido.

La enfermera, contenta de poder proporcionarle ese servicio, lo cambió de lugar y en cuanto constató que el enfermo estaba cómodo lo dejó solo.

Lentamente éste se deslizó en su cama, hasta lograr incorporarse lo suficiente para mirar a través de la ventana. Pero para su inesperada sorpresa, delante de él y pocos metros hacia afuera, se interponía un enorme muro blanco. Contrariado, el enfermo preguntó más tarde a la enfermera, cual razón habría llevado a su compañero fallecido a describirle tantas falsas escenas.

"Imposible que las viera", contestó la enfermera, su compañero era ciego y evidentemente no podía ni siquiera ver el muro de enfrente. Él lo inventó todo, porque seguramente deseaba comunicarle a usted la alegría de vivir."

Mis queridos hermanos y amigos, hacer felices a los otros es el secreto de la propia felicidad. La economía de la alegría es extraña. Un dolor compartido se reduce a la mitad, pero la felicidad compartida se multiplica al doble.

Que Dios te bendiga