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¿Qué tal confiamos?

Publicación:  martes 11 julio 2023   |  Escuchar Audio  Escuchar Audio |  Enviar a un amigo Enviar a un amigo



En paz me acostaré y asimismo dormiré, porque sólo tú, Jehová, me haces vivir confiado. Salmo 4:8


Reflexión

Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación. Él quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros, algo que en el mundo del alpinismo es inaudito. 

Empezó a subir y se le fue haciendo tarde y más tarde, y no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo. Decidido a llegar a la cima, no reparó que estaba oscureciendo. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña y dada la pesadez de la oscuridad no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes. 

Subiendo por un acantilado, a sólo 100 metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires cayendo a una velocidad vertiginosa. Sólo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban a su lado y sentía la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo y en esos angustiantes instantes, le pasaron por su mente todos sus gratos y no tan gratos momentos de la vida. Él pensaba que iba a morir. De repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos. Sí, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. 

En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar: 

"Ayúdame Dios mío..." 

De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó: 

"¿Qué quieres que haga?".

"Sálvame Dios mío", replicó el alpinista.

"¿Realmente crees que te puedo salvar?" preguntó Dios.

"Por supuesto Señor" dijo el alpinista con algo de fe.

"Entonces corta la cuerda que te sostiene" afirmó Dios.

Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y se quedó así. 

Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontró colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado fuertemente con las manos a una cuerda... a dos metros del suelo. Su falta de fe le costó la vida.

Mis queridos hermanos y amigos, de esta historia se deriva una gran pregunta ¿Y nosotros qué tan confiados estamos de nuestra cuerda? ¿Por qué no la soltamos? Recordemos, a dos metros… nos espera el Señor. 

Que Dios te bendiga